21/3/09

SÓLO 5 MINUTOS




El tirador de la puerta estaba frío, como el café que acababa de tomarse de un trago, sin calentar, por las prisas. La mañana planteaba un panorama estupendo y no había tiempo que perder: una cita a primera hora de un sábado, tan esperada. Tenía que llegar antes que ella.

El tirador de la puerta estaba frío, igual que la casa: recién ventilada, con alguna ventana aún abierta y que ya cerraba mientras se anudaba la corbata, no fuera a ser que algún mal presagio entrase de la calle.

Después de repasar minuciosamente su vestuario y su peinado frente al espejo de la entrada se disponía a salir, nervioso, como el día de su boda: mocasines límpidos como lagos noruegos, la chaqueta que tanto la gustaba, los gemelos que le regaló, su mejor perfume, la sonrisa y la preocupación de gala brillando en la cara.

Giró el tirador y cruzó la puerta empezando a cerrarla tras de sí. Sonó el teléfono. No importaba, no sería importante… pero ese instinto curioso, la necesidad de saber quién era tan pronto, le hizo volver a entrar; no fuera a ser que aquella cita fuese cancelada a pocos segundos de salir de su apartamento. No podría perdonarse una larga espera frente a un café, esta vez bien caliente, mientras su cita no aparecía; y así una hora, y otra; como en la sala de espera el día en que nació Marcelito.

Se acercó el teléfono al oído, no había voz al otro lado, por más que interpelaba a quien sujetase el auricular no daban señales; se escuchaba un vacío eterno, como en las caracolas de la playa o sus tardes solitarias de domingo.

Decidido y extrañado colgó el teléfono, agarró el metal libertador que abría su salida al mundo y cogió el ascensor. Una caja mal iluminada, traqueteante, que recorría las tripas del edificio. Los números que indicaban el piso por el que caminaba su descenso calculaban la cuenta atrás hasta la calle…

9…
8…
7…
6…
5…

5.

Se miraron fijamente aquel número y él durante unos segundos interminables.

La voz al otro lado del interfono preguntaba por la situación: daban ganas de decirle “Mariela no puede esperar”, “No me esperará más de cinco minutos”…


Mariela movía su café lentamente una y otra vez en el sentido de las agujas del reloj, el tiempo se movía al son del tintineo de la cucharilla en el vaso y ya daban y cinco. Nunca se le olvidará la cara de aquel maldito dígito ni la voz de aquella grabación al otro lado de su teléfono móvil: apagado o fuera de cobertura.

Por qué había llamado hacía ya más de una hora y media a su casa para asegurarse de que ya estaba despierto nunca lo sabrá, igual que nunca sabrá por qué cogió su bolso, sus ganas de matar y su abrigo y se marchó del local de vuelta a Argentina.

Pero ésa es otra historia y debe ser contada en otra ocasión.

1 APORTACIONES:

Anónimo dijo...

El café frío nunca será el preludio de un buen día –ni de nada bueno-

“Un escenario grisáceo de acero frío y duro hormigón donde el destino juega con el tiempo, la espera y un encuentro frustrado.”

Me quedo esperando más relatos tuyos y con estas palabras: se escuchaba un vacío eterno, como en las caracolas de la playa o sus tardes solitarias de domingo.

Un beso Iván

* esperamos que cuentes la otra historia en otra ocasión