
-¿Qué haces el domingo?
-Iré al río si hace buen tiempo, he quedado con unos amigos. El caso es que según la tele es probable que llueva. ¿Por?
-Nada. Por si te apetecía ir al cine.
-Si llueve, iremos juntos al cine.
Si llueve iremos juntos al cine…
al cine…
Juntos… si llueve…
Si llueve…
Que llueva. Que llueva.
Casi pudo oírse el eco de su pensamiento en el bar, durante un instante, perdido dentro de sí mismo, pensó que lo había dicho en alto. Ella se levantó para marcharse y se despidieron con el abrazo de rigor y los buenos deseos mutuos de que se cuidasen y lo pasasen bien. Aquellas, de futuro incierto, eran despedidas de novia de soldado para él.
La semana pasó como pasan los trenes de mercancías en los pasos a nivel, lenta y ruidosamente, impidiendo avanzar. Un sol fulgurante abrasó el martes, el miércoles, también el jueves y el viernes… las nubes asomaron tímidas el sábado.
El domingo llovió como nunca se había visto en la zona, como él había deseado con tanta fuerza durante toda la semana. Su pensamiento estuvo ocupado en poco más que en invocar a la lluvia para poder verla en su descanso dominical. Y así fue, el domingo, después de haber ido juntos al cine, sentados en el mismo bar charlaban sobre sus asuntos. Esta vez cogidos de la mano, el uno tan cerca del otro que podían escuchar sus susurros a pesar de los vocingleros de turno y las comandas de los camareros a voz en grito.
Entonces, el silencio inundó el bar; como si una bandada de ángeles revoloteara sobre las cabezas de los tertulianos, los jugadores de mus y los amantes.
Las imágenes eran desoladoras: niños que lloraban buscando a sus padres, madres desesperadas buscando a sus hijos, hombres intentando asir la nada para salvarse… cadáveres y coches amontonados por la corriente; la escena era de color pardo… todo anegado en barro, en fango. El agua sucia que corría libre por las calles como una manada de bisontes destrozándolo todo, como mercenarios sedientos de recompensa. Estaban dando en la tele las imágenes del desbordamiento del río y el derrumbe de la presa.
Él no pudo reprimir una lagrimita de culpabilidad.
-¿Qué te pasa?¿Lloras?
-No. Nada. No pasa nada.