
Acopló su cuerpo al césped, recién regado. Su espalda agradeció el frescor de la hierba. Doloridas sus piernas por la subida, al fin consiguió descansar, reposar en lo alto de la loma como tenía pensado hacer: lo había deseado desde que despertó, era su descanso diario después de riñas, llantos y alguna que otra sonrisa.
El sol de mediodía lucía intenso, en su cenit, brillaba como una perla en el fondo del mar. Ensimismada en su pensamiento, miraba fijamente al sol, su cabeza apoyada sobre sus propios brazos que amortiguaban la dureza del suelo; sus ojos, profundos lagos, bien abiertos. Aun cegada, sin poder ver con claridad, disfrutaba del sol que había visto salir esa misma mañana. Había deseado quedarse todo el día en aquella postura: tumbada, casi innerte, mirando hacia arriba y saludando al cielo, observando la carrera del astro rey, veía los aviones pasar. Quizá pudiera comprender al fin.
El día pasaba, cambió la luz del día alguna vez, pasaron nubes a veces, sopló el viento en sus cabellos rojos, le dijo algo al oído en un idioma que ella intentaba descifrar... Metida dentro de sí misma, conseguía, poco a poco, por fin, aclarar aquellas dudas... un viaje de vuelta, un amor esperando al otro lado del océano, un futuro por delante... por fin, su oportunidad.
Inquieta, emocionada al entender, no pudo evitar soltar una lágrima cuando al fin el sol se escondió detrás de la montañas... Volvería a salir mañana, por su ojo izquierdo y se pondría otra vez más, por su ojo derecho... todas las jornadas anochece, pero vuelve a amanecer un nuevo día después; limpio, nuevo, intacto, como una espiral cada vez que gira.